// Por Carlos Delclós // Publicado originalmente en inglés en Roarmag //
Durante los últimos años, científicos sociales y urbanistas han escrito bastante sobre cómo han evolucionado las estructuras sociales de las grandes ciudades en los países ricos, donde la desindustrialización ha producido una economía postindustrial centrada en la economía de servicios. Y a medida que la producción se ha vuelto más inmaterial, los discursos relacionados con el trabajo se han vuelto cada vez más abstractos. Los discursos de clase, menos sustantivos.

A principios de los 2000, el teórico urbano Richard Florida ocupó el vacío resultante con su teoría sobre la importancia de la “clase creativa” en el desarrollo económico de la ciudad. Florida argumentaba que atraer y retener a profesionales altamente cualificados en los centros urbanos producía crecimiento, regeneración urbana y satisfacción de vida.
Su historia resultó convincente para aquellos poderes municipales que buscaban una nueva narrativa progresista que se ajustaba al escenario postindustrial. El trabajo de Florida es ya referente para una cohorte creciente de ciudades que buscan renovarse como “Smart Cities”, ciudades en las que las tecnologías digitales guían en diseño urbano para optimizar la satisfacción y el rendimiento económico de sus habitantes.
En tanto que el marco de Florida implica una territorialización del conflicto de clases en un sistema urbano, el punto focal de las tensiones de clase en él es la gentrificación. Sin embargo, en los últimos años Florida y otros académicos han cuestionado la validez del concepto, descrito por la socióloga Ruth Glass como el desplazamiento de los residentes de rentas bajas por otros con más poder adquisitivo. Aseguran que se trata de un concepto excesivamente borroso y que resulta difícil de aplicar de forma científica. Proponen, por tanto, que la atención se debería centrar en lo que llaman “desventaja concentrada”, una forma de referirse a las bolsas de pobreza.
Es un argumento algo engañoso, ya que obvia una distinción clave. La desventaja concentrada es un estado, mientras que la gentrificación es el proceso a través del cual las personas son desplazadas a este tipo de zonas, o a través del cual una zona es convertida en o mantenida como un lugar en el que se concentran la riqueza o la pobreza.
No obstante, la idea de que la clase creativa es la clave del éxito de una ciudad sigue ganando apoyos, quizás porque alimenta la política identitaria fractal que caracteriza la era postindustrial. Esencialmente, el esquema de clases de Florida es una nueva categorización del Sistema de Clasificación Ocupacional Estándar estadounidense (SOC), en la que se divide a los trabajadores en tres grupos: la clase creativa, la clase trabajadora de servicios y la clase trabajadora industrial. Florida identifica la clase creativa con un amplio rango de ocupaciones que incluye a informáticos, artistas, ingenieros, músicos, profesionales sanitarios, empresarios, profesores, científicos y, curiosamente, homosexuales o lo que Florida llama “altos bohemios”.
Caracterizados por preferencias individualistas y gustos de culto, la clase creativa es popularmente asociada con una figura cuya relevancia en el ámbito urbano resulta cada vez más visible: el hipster. Generalmente imaginado como blanco, privilegiado y amanerado, el hipster proporciona a quienes critican la ideología de Florida un enemigo que resulta atractivo a la hora de traducir los antagonismos de clase en la ciudad. Consecuentemente, en los últimos años la crítica pop-política de lo hipster se ha convertido en un nuevo subgénero de literatura cibernética.
A su vez, el interés en su antítesis obrera también crece, como comprueba el impacto de libros como Chavs: La demonización de la clase obrera, del autor británico Owen Jones. Este interés en identidades que potencialmente engloban los antagonismos de clase urbanos parece surgir de las desigualdades y frustraciones exacerbadas por la crisis económica y las medidas de austeridad en los países ricos. Ciertamente, resulta tentador contemplar el conflicto entre hipsters y chavs como uno entre la clase creativa y una clase trabajadora de servicios joven que está reemplazando a la antigua clase obrera industrial.
Pero la conceptualización de la clase creativa que plantea Florida es problemática. Consideremos, por ejemplo, su inclusión de homosexuales o “altos bohemios” en ese grupo. Es reveladora, porque implica agrupar a personas definidas según sus preferencias con personas definidas según sus ocupaciones. Este es un elemento clave en el análisis de Florida, ya que su argumento sobre el impacto de la clase creativa en la ciudad gira especialmente sobre sus preferencias de consumo.
Con esto en mente, no puedo evitar preguntarme si plantear los antagonismos de clase en términos de hipsters y chavs no repite el problema del esquema de clase de Florida. Al resaltar las preferencias, hábitos de consumo y ocupación, se obvia lo que es, quizás, el proceso central que estructura las clases sociales en la era postindustrial: la precarización del trabajo y la relación de empleo.
La precarización atraviesa las clases ocupacionales, separando entre “insiders” y “outsiders” al establecer una gradiente jerárquica entorno a la relación de empleo que determina el grado de exposición a una variedad de riesgos (paro, infra-empleo, pobreza, lesiones laborales, enfermedad, etc) que sufren determinados trabajadores, desproporcionadamente mujeres, inmigrantes y jóvenes.
Ignorar el papel de la precarización, enfatizar las preferencias y mantener el enfoque ocupacional dificulta un análisis de clase que contempla la composición de las generaciones postindustriales y su relación con la de las anteriores. Por ejemplo, una parte sustancial del precariado está compuesta por jóvenes con estudios universitarios. Sin embargo, entre los trabajadores con estudios universitarios, quienes están parados o tienen un empleo precario son desproporcionadamente aquellas personas cuyos padres no tenían estudios universitarios. Esto sugiere que la clase social sigue siendo estructurada más por las relaciones intergeneracionales que por las intrageneracionales (y está claro que chavs y hipsters pertenecen a las segundas—si crees que no, pregúntale a tu madre o a tu abuela qué es un hipster).
Con esto en mente, ¿es posible que un discurso de clase articulado sobre las preferencias de consumo y estilo de vida, características fuertemente estructuradas por la edad y el nivel educativo, haga más para dividir y suprimir un antagonismo de clase emergente que para amplificarlo?
Muy bueno, sólouna duda «Sin embargo, entre los trabajadores con estudios universitarios, quienes están parados o tienen un empleo precario son desproporcionadamente aquellas personas cuyos padres no tenían estudios universitarios.» ¿estos datos los tenéis? o ¿cuál es la fuente? me interesan mucho para unos talleres para trabajar en colegios que he preparado. Eskerrik asko.
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