Por Albert Sales //
La evolución de los mensajes lanzados en las redes es un síntoma más de cómo la competición por la inmediatez nos lleva a sustituir la información para la confirmación de prejuicios
Los bomberos tardaron horas en localizar el foco del incendio que tuvo paralizada una parte de la red ferroviaria de cercanías durante la mañana del 9 de febrero. Hicieron falta algunas horas más para sofocar totalmente e identificar las causas. Pero, el humo y el parón del servicio obligaban a informar, y la información, sin datos concretos, a menudo se convierte en especulación. Primero, las redes sociales y los medios de comunicación cargaron contra ADIF y el mantenimiento de las infraestructuras y, posteriormente, surgió la versión del «campamento de indigentes» instalados en la estación fantasma de Marina.

Cuando la única información contrastada era que habían encontrado colchones en el origen del fuego, hubo medios que especularon con la presencia de familias con niños y niñas en el supuesto asentamiento. La competición para atraer lectores a las páginas digitales de los diarios y sumar seguidores en las redes sociales lleva a los medios a una competición feroz por ser los protagonistas de la información en tiempo real y esperar a que el humo se desaparezca y a que los equipos de seguridad inspecionen la zona no es asumible. Para ser competitivos necesitan artículos y twits que se formulan con cautela pero que, al final, se formulan. Exhibiendo una falsa prudencia, algunos medios informaron de que «cabía la posibilidad» de que familias con menores estuvieran instaladas en el lugar del foco del incendio.
La versión quedó descartada el mismo día. Ya a media mañana del mismo día del incendio se hablaba de «campamento de indigentes». Posteriormente, coincidiendo con valoraciones de profesionales de los servicios de emergencias, se confirmó que se trataba de un lugar de pernocta puntual y de refugio. La evolución de los mensajes lanzados en las redes es un síntoma más de cómo la competición por la inmediatez nos lleva a sustituir la información para la confirmación de prejuicios. Los medios que «informaron» de la «posible presencia de familias sin hogar» han borrado el rastro de su falta de rigor pero cabría una reflexión sobre los estereotipos que llevan a darle veracidad a una especulación de la que no conocemos la origen.
Seguramente ninguno de los periodistas que se acercaron al lugar de los hechos (ni ningún lector o lectora) permitirían que sus hijos e hijas corrieran atravesando vías de tren para entrar en una estación fantasma totalmente a oscuras y meterse por unos pasillos en los que nadie sabe que se encontrará. Por mucha necesidad de que sufrieran tampoco se instalarían con niños y niñas en un lugar alejado de puntos de suministro de agua y sin saneamiento. En cambio, no resulta difícil creer que personas etiquetadas como «pobres» e «inmigrantes» sí lo harían. Aunque sea en el marco de la necesidad extrema, el punto de partida es atribuir a quien vive situaciones de pobreza severa características diferentes a las propias.
Ciertamente, en la ciudad de Barcelona hay alrededor de 400 personas viviendo en asentamientos en solares, naves industriales o edificaciones abandonadas. En el informe de la Red de Atención a las Personas Sin Hogar y, según fuentes del Servicio de Inserción Social del Ayuntamiento de Barcelona, en marzo eran 434 las personas que vivían en este tipo de infraviviendas, de las cuales un 21,66% eran menores de edad. Es evidente que estos niños y niñas no viven en un buen ambiente y que están creciendo en una situación de vulnerabilidad social muy extrema, pero estamos hablando de familias que también luchan por sus hijos e hijas y que no las exponen a riesgos gratuitamente por el hecho de vivir la pobreza .
Además, estas familias tienen contacto regular con los servicios social municipales y con diversas entidades, los niños están escolarizados, hay un seguimiento de su situación y un trabajo de prevención de riesgos sociales y de búsqueda de alternativas. La situación es compleja y fruto de una crisis habitacional nefasta, de una ley de extranjería generadora de exclusiones, y de unos fenómenos migratorios imparables relacionados la miseria y la expulsión de la gente de su habitat de origen. Pero para denunciar estas injusticias no es necesario reforzar los estereotipos de dejadez que alimentan la construcción de otro incapaz de unas relaciones familiares «normales».
Sin embargo, podría haber pasado. Se podría haber constatado la presencia de niños y niñas porque, desgraciadamente, hay personas que hacen cosas terribles a sus hijos e hijas. Pero el maltrato en sentido amplio es interclasista y quizás lo deberíamos asumir comunicativamente evitando la estigmatización de las víctimas de la exclusión social. Podemos esperar a que desaparezca el humo? O estamos obligados a ser los primeros en twittear?